Comunicación


mamos comunidades pastorales a las entidades que tienen una organización y una estructura común, y que viven y trabajan comunitariamente en pos de los objetivos que constituyen su razón de ser. Estos objetivos suelen tener dos direcciones: hacia adentro (vida de piedad, oración, sacramentos, vida comunitaria) y hacia fuera (evangelización, asistencia y promoción social).

Un ejemplo concreto de comunidad pastoral es la Parroquia. Pero una Parroquia, además de ser comunidad pastoral, es también una parte de la Iglesia local diocesana. En la Parroquia está la Diócesis y está el Obispo. La Parroquia es el signo y el lugar de la Iglesia como Comunión. Por lo mismo, ninguna pastoral realmente eclesial puede prescindir de una dimensión parroquial: a través de la Parroquia cualquier grupo, movimiento, institución o realidad pastoral toma contacto y se inserta en la Iglesia-Comunión, en la Iglesia-Pueblo de Dios, y

desde una perspectiva más práctica, en la Pastoral de conjunto.

Lo aclaramos más: en el ámbito territorial de una Parroquia existen movimientos, Colegios, instituciones y grupos. En este contexto, la Parroquia no es meramente una realidad entre tantas, sino que es la realidad que corporiza la unidad y la comunión en toda la vivencia eclesial local.



No queremos decir con esto que el párroco o los organismos parroquiales tengan

o deban tener injerencia en los asuntos que son propios y privativos de cada realidad individual. Lejos de eso. Simplemente decimos que cuando las realidades individuales dejan de tener toda relación con la Parroquia, se rompe la unidad y la comunión, y se hace difícil, cuando no imposible, una pastoral de conjunto. Frecuentemente se constatan, en las comunidades pastorales en las que sucede esto, iniciativas aisladas de distinto origen, que constituyen esfuerzos desperdigados e inorgánicos. Esfuerzos buenos y valiosos, la mayor parte de las veces. Pero cada uno surgiendo y muchas veces acotándose a una parte de la comunidad. A cada movimiento, a cada institución.

Así, se compartimentaliza la experiencia eclesial: se pierde de vista la dimensión comunitaria, parroquial diocesana y universal de la Iglesia que en oportunidades queda reducida a una experiencia limitada a determinado grupo.



Además, muchas veces se duplican esfuerzos al hacerse paralelamente cosas muy similares, y casi siempre se malgastan recursos al desaprovecharse la capacidad sinérgica que hay en cada iglesia parroquial.



Sabemos que es difícil llevar a cabo una pastoral absolutamente coordinada y sistémica. Es muy costoso porque colegios, movimientos y realidades pastorales tienen tiempos propios y desiguales; no es posible en la práctica realizar la enorme cantidad de reuniones y encuentros que reclama una pastoral unificada; e incluso cada pastoral tiene que adecuarse a la forma de ser de la comunidad en la que se realiza.

Pero hay, creemos, una vía intermedia entre la pastoral unificada (altamente deseable, y meta a alcanzar cuanto antes) y el disgregamiento pastoral. Una vía intermedia que nace necesariamente del deseo de todos los involucrados de trabajar en unidad, y del esfuerzo mínimo que reclama a cada uno el dar algunos pasos en esta dirección, a través de cosas simples pero muy eficaces, como pueden ser:



Establecer entre todos algunas líneas pastorales comunes para cada año, líneas pastorales que comprometan a todos los involucrados.

Realizar un cronograma común para:

No superponer, preferentemente, actividades y fechas

Poder promover y acompañar las actividades de los demás, al menos con la oración, y en la medida de lo posible, con presencia concreta.

Establecer “Puntos de encuentro”: una o dos cosas en el año que se hagan conjuntamente, teniendo como destinatarios a todos, y que puedan ser organizadas por todos en conjunto: la Peregrinación a Luján, algo para Semana Santa, un acontecimiento parroquial o diocesano, etc.

Tener siempre una referencia parroquial. Sentirse parte de la Parroquia; promover la participación del colegio, el movimiento o la realidad pastoral en la misa semanal, en los acontecimientos parroquiales.

Tener una mirada fraterna hacia todos los demás. Comprender y aceptar una realidad incuestionable: antes de ser miembros de una institución, grupo, movimiento o colegio, somos cristianos y miembros de la Iglesia, cuya ley primera es el amor